No es fácil y cada día que pasa cuesta más. Los dedos se entumecen, las articulaciones crujen y las palabras comienzan a atolondrarse. Los pensamientos dejan de fluir y todo comienza a estar estanco.
La palabra. Posiblemente eso fue lo que pasó. La palabra desapareció, o mutó, o no sé. Dejó de salir. Y con la palabra también se fue la costumbre, la curiosidad, las ganas, el deseo. Pero no la sonrisa, la sonrisa siempre nos acompaña, por suerte.
Intento hacer memoria ¿Cuándo ocurrió? ¿En qué momento pasó esto? ¿Cómo es que quedó todo tan achanchado, casi abandonado?
Y mientras pienso y hago memoria… las telarañas de los dedos comienzan a aflojarse. Sí, claro. Hace mucho que no escribimos. Ni en nuestros cuadernos, ni en el blog. Intento pensar la causa, las causas, y me cuesta.
Volviendo un poco al pasado podría animarme a decir que todo comenzó en Irán. No sé si llamarlo problema, cansancio o malentendidos múltiples con nosotros mismos. Pero desde Irán no escribimos. No pudimos. Perdimos el hábito, las ganas, el motivo. No por que nos hayamos quedado sin historias para contar, pero no pudimos volver a sentarnos a escribir. A disponer del papel en blanco frente a nosotros, de cosquilleo que nos genera una idea en la cabeza o de la textura del teclado bajo nuestros dedos. No, desde Irán no pudimos volver a escribir.
Ahí quedó el blog. Abandonado en Nagorno Karabaj, esa enclave armenio en conflicto. Ese país que buscar ser libre, independiente, reconocido.
Desde que dejamos Irán hasta la fecha pasaron cinco meses y dieciséis países. Visitamos Georgia y Armenia y volamos a Grecia. Luego, Bulgaria, Serbia y Hungría. Nos metimos en Europa Central y volvimos a Austria y República Checa. Y volvimos a la ex-URSS para visitar Ucrania y Moldavia pasando por la extraña región de Transnitria. Y fuimos a Polonia, sólo para tomar un avión a Barcelona. Y nos enamoramos de Barcelona. Y mientras resolvíamos nuestra situación amorosa con la ciudad, visitamos Francia y Portugal. Y seguimos por España, esquivando Barcelona. Hasta que dijimos que no iba más y pisamos África. Nuestra primera vez en el continente negro coincidió con nuestra primera vez en Marruecos. Y volvimos a Barcelona. Y le dijimos que sí, finalmente.
Y entonces, ya por tercera vez en lo que llevan nuestras vidas, volvimos a tomar decisiones. Porque cuando todos nos preguntan cómo es que vivimos así o por qué somos de esta manera y empiezan a calcular la plata y pensar cómo vivimos y lo mal/bien que vivimos, nosotros nos reímos. Durante estos años sólo tomamos decisiones. Quizá ese sea el quid de nuestra vida.
Pero volvamos en nuestro “problema”. Haberle dicho si a Barna (a esta alturas ya somos intimas) fue poner en discusión muchas cosas. La escritura cayó en la volteada. Es cierto que el hábito no hace al monje, pero la escritura era el condimento importante de nuestros viajes. No escribíamos porque viajábamos sino que viajábamos porque escribíamos.
Siempre dijimos que la escritura respondía a nuestro egoísmo. Fue el modo que encontramos para tolerar este mundo tan distinto que nos rodeaba y nos rodea. ¿Por qué egoísta? Escribir fue y es para nosotros exclusivamente. Y ustedes, que nos leen desde siempre o de casualidad, son cómplices de nuestro egoísmo. Escribir es un modo de luchar contra la inmortalidad, de permanecer. De perpetuar el viaje y la existencia.
“Pero, en realidad y siendo sinceros, somos tres los que escribimos. Ya no hay Lucas ni Ludmila, existe un él o ella, que se apropia de las palabras y las muestra como propias. Casi como si ese tercero es él que nos dicta que escribir. Él que aparece entre papeles e imágenes, entre las ramas de los árboles, entre rostros desconocidos. Algunos le dicen musa, otros inspiración, nosotros aún no le pusimos nombre. Simplemente lo escuchamos, lo llevamos a caminar y lo tipeamos”.
Pero algo había pasado. Algo se había roto. Ya no había nada que decir. La fuente, las palabras, las historia todo se había secado. Y por eso le dijimos que sí a Barcelona.
Necesitábamos parar. Acomodar sentires e ideas. Recuperar la perspectiva, pisar el suelo firme y dormir más de cinco noches en una misma cama. Las palabras no salían porque no estábamos cómodos. Extrañábamos la idea de casa, de hogar, de llaves propias y de una taza con el té que nos gusta.
Decidimos parar de viajar. Descansar los pies, la vista y las espaldas. Decidimos venirnos a vivir a Barcelona. A probar suerte. Por un tiempo. Un ciclo, una etapa más. Por que como ya descubrimos, nada es para siempre. Ninguna decisión tiene que ser pensada para siempre. Es el hoy. Ahora. Y ahora queremos estar quietos.
Y mágicamente (¿o no) descubrimos que aún nos quedan tantísimas historias por contar. Volvimos al ruedo, pero esta vez desde casa.
¡Y se siente muy lindo! ¡Y sí, es Barcelona, así que seguimos viajando igual!
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