“Twenty years from now you will be more disappointed by the things that you didn’t do than by the ones you did so. So throw off the bowlines. Sail away from the safe harbor. Catch the trade winds in your sails. Explore. Dream. Discover.”
Mark Twain
“Nuestra historia es simple. Podría ser la historia de cualquiera persona acá presente, pero con sólo una única diferencia: Nosotros nos animamos. Nosotros tomamos la decisión y lo hicimos: salimos a cumplir nuestro sueño. Uno de nuestros tantos sueños.”
Así comenzaba la charla que dimos semanas atrás en Aktau, una ciudad de Kazajistán ubicada a orillas en el Mar Caspio. La charla tenía lugar en la terraza de un hotel cinco estrellas, ubicado frente al mar, desde donde se veía el sol caer como una bola roja sobre la perfección del horizonte.
Había casi veinte mesas, todas ocupadas. Los kazajos son elegantes y esa terraza invitaba a hacerlo. Todos estaban bien vestidos, tomando una margarita y comiendo quesos franceses.
Ahí estamos nosotros dos, improvisando una charla mitad en inglés, mitad en ruso, en zapatillas. Haciendo lo que más nos gusta, contar historias:
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Somos Lucas y Ludmila, de Buenos Aires, Argentina. Casi treinta años y una carrera universitaria. Vivíamos en un lindo departamento amueblado, teníamos un auto, libros, electrodomésticos y un balcón con muchas plantas. Un día, decimos deshacernos todo. Renunciar a nuestros trabajos, regalar las plantas y donar nuestra ropa. Ese día sacamos dos boletos de avión con destino a Nueva Delhi, India. No teníamos previsto fecha de regreso.
Nuestra familia y nuestros amigos nos trataron de locos. Estábamos equivocados. Estábamos a punto de desperdiciar toda nuestra vida. Teníamos que casarnos, tener hijos, formar una familia, comprar más plantas y conseguir un trabajo mejor. Pero nosotros no queríamos eso para nosotros. Al menos, no en aquel momento. Nosotros queríamos viajar. Conocer el mundo y conocer las personas que habitan el mundo. No queríamos quedarnos sólo con los estereotipos que vemos en televisión ni con los libros de historia, queríamos conocer el mundo de primera mano: a través de nuestros propios ojos y en profundidad.
Llegar a India no fue fácil. Nosotros también teníamos nuestros propios miedos. Nunca habíamos viajado tan lejos ni a culturas tan distintas. Los primeros cinco minutos en la estación de Nueva Delhi fueron terribles: bocinas, ruido, gente, olores fuertes, vacas, basura, mendigos, niños desnudos pidiéndonos plata. Fue un golpe duro. Una cachetada. De pronto y por arte de magia, habíamos dejado la burbuja en la que vivíamos en Buenos Aires y habíamos llegado a la otra punta del mundo. Una parte del mundo donde pasan cosas, donde estallan bombas, donde la gente tiene hambre y donde las vacas se pasean por las calles. Todo lo que habíamos visto de India en películas y documentales, ahora cobraba vida delante de nuestros ojos.
Mis pensamientos fueron dos: “Esto es de verdad y yo quiero volver a mi casa”. En ese instante, un grupo de mujeres nos rodeó y empezaron a tirarnos de la ropa y de las mochilas pidiéndonos plata. Yo quería llorar. Como pudimos, conseguimos una habitación en un hotel mugriento. Me pasé una semana enferma. Triste, descompuesta y dudando de haber tomado la decisión incorrecta. Pero ya estábamos ahí. Habíamos volado desde Buenos Aires y no teníamos fecha de regreso. Decidimos tomar coraje y darle una nueva oportunidad a India. Sacamos un boleto de tren hasta Amritsar, la frontera con Pakistán.
De aquel día pasaron más de tres años. Tres años en los que estuvimos viajando alrededor del mundo. Hasta el momento, recorrimos más de cuarenta países en tres continentes: América, Europa y Asia (nuestro favorito).
Tres años donde conocimos infinidad de personas, de historias, problemáticas sociales, modos de pensar, distintas religiones y distintos modos de vivir. Donde aprendimos historia, geografía, religión pero donde, sobre todo, nos enfrentamos a la cantidad de prejuicios y desconocimiento que tenemos. Pero en estos tres años no solo viajamos de un lugar a otro, de un país a otro, sino que, también, escribimos sobre nuestro viajes. Documentando todo lo que vimos para que quienes no pueden viajar, si lo hagan desde la comodidad de sus casas. Escribimos, también, para achicar distancias culturales. A fin de cuentas, sólo conocemos el mundo a través de los diarios y la televisión y ellos nunca dicen la verdad.
Por ejemplo, de los países en vías de desarrollo recibimos solamente malas noticias. Unas de las cosas buenas de ser escritores de viaje es que podemos dar buenas noticias de lugares como Bangladesh o Bosnia y Herzegovina (que suenan como países terroristas). Ellos son personas como nosotros, amán, sueñan, llorar, ríen, festejan. Las diferencias culturales son algo mínimo pero nos hacen creer que es el todo.
Sí, lo primero que aprendimos en estos tres años de viajes es que a los países los hacen las personas que en ellos habitan. Nos pasó en Europa, cuando estábamos a punto de cruzar a Rusia en pleno conflicto con Crimea. Todos nos decía que Rusia era peligroso, que nos iban a secuestrar y a matar. ¡Que no vayamos por nada del mundo!
En total estuvimos casi tres meses en Rusia; Cruzamos desde San Petersburgo hasta Mongolia. Más de 6.000 kilómetros donde casi exclusivamente hicimos dedo (autostop). Nadie nos mató, ni nos secuestró. Al contrario, el pueblo ruso fue uno de los más hospitalarios. Son buena gente pero con muy mala prensa internacional.
La gente de los distintos países está dispuesta y orgullosa de mostrarte su cultura. Los niveles de hospitalidad que uno recibe en la ruta son increíbles. Sobre todo en países que están catalogados como “Ahí no hay que ir”.
Nosotros no viajamos de manera superficial. Tratamos de meternos en cada destino y no somos los únicos. Cada vez es más la gente que se toma el viaje como un estilo de vida y no como un simple plan de vacaciones dos semanas al año. Podemos decir que no viajamos por las fotos, ni para sacarnos una selfie, viajamos para aprender a ser mejores personas.
Pero no siempre nos va bien en el viajar. Muchas veces nos encontramos en situaciones peligrosas donde tuvimos miedo. Ante cualquier situación complicada o que nos sentimos inseguros siempre tenemos un arma que nos protege y que hasta ahora nos va muy bien: SONREÍR.
También confiar en el instinto. Cuanto más lo usamos, más aprendemos a escucharlo. Viajar es fácil, en lugares remotos no hay que entrar en pánico, simplemente hay que rodearse de buena gente y ver que la gente en todo el mundo va a tratar de ayudarte y no de lastimarte.
En resumen, podemos decir que viajamos para
√ Aprender: Historia, cultura o religión, por ejemplo. Aprendemos de las cosas buenas de cada país y tratamos de implementar en nuestro día a día y también, aprendemos de las cosas malas. Tratando de evitarla y cambiar.
√ Conectarnos: Con nosotros mismos, con la naturaleza, con las personas.
√ Sorprendernos: Viajando descubrimos todo un mundo nuevo del cual no teníamos idea.
Viajar, por su parte, atenta contra nuestro etnocentrismo. Nos muestra que no somos los únicos, ni los mejores. Que nuestro país no es el ideal, que nuestras políticas internacionales no son buenas, que nuestro empleo es malo, etc. Nos demuestra que las cosas no son como creemos que son. Viajar nos obliga a cambiar el chip básico de la vida. Y para eso la empatía es primordial, conocer al otro, comprenderlo y no juzgarlo sólo por ser distinto.
Durante el viaje hicimos cosas que nunca creímos que íbamos a hacer, conocimos personas que nos cambiaron y vivimos cosas que vamos a recordar por el resto de nuestras vidas.
Mucha gente cuando le contamos de nuestra historia nos dice: “Oh, yo quiero viajar tanto como ustedes”, y la realidad es que la mayoría de nosotros en este recinto, en realidad, puede hacerlo. El mundo no es un lugar peligroso como nuestras familias, los medios y la sociedad nos hace creer. Se necesita tiempo, que es algo que todos tenemos. Y es mentira que se necesita coraje, simplemente un poquito al principio para comenzar. Tampoco se necesita ser millonario ni gastar miles de dólares. Los gastos se resumen en tres grandes grupos. Transporte, comida y alojamiento. Si se lleva esos gastos a un mínimos aceptable (para uno mismo) puede llegar a ser más barato que vivir en tu propia ciudad. Para eso se necesita ingenio: La necesitad es la madre de las invenciones.
Pero viajar también tiene su parte negativa, por eso no es para todos. Uno a veces extraña, se siente solo (por más que viajemos acompañados), uno se enferma, hace mucho calor o mucho frío. Si uno supera eso y sale a la ruta con ánimos entonces significa que la ruta es el camino.
Los viajes dependen en definitiva de la gente que uno conoce. Playas paradisíacas, fiestas o paisajes increíbles no se disfrutan si uno no conecta con la gente adecuada. La mejor manera de describir un paisaje es a través de la gente que lo habita. Y estas cosas pasan cuando uno deja la comida del sillón, apaga la televisión y empieza a vivir la realidad por si misma.
Cruzamos Rusia de punta a punta, estuvimos en el desierto de Gobbi, en la muralla China y en el Tíbet. Descansamos en las playas de Tailandia y tomamos el café más rico del mundo en Vietnam. Nos tomamos un barco por cinco días para ir a las Islas Andamán, estuvimos un año en India viviendo en monasterios y con monjes budistas, nos bañamos con elefantes y aprendimos a comer con las manos en Bangladesh y con palitos chinos en China. Estuvimos tres veces en Kazajistán y recorrimos la ruta de la seda. Estuvimos en Europa, cuatro meses yendo desde Croacia hasta Estonia. Reconstruimos la antigua Yugoslavia, y la ex – Checoslovaquia. Ahora, estamos recorriendo la URSS y luego, Irán. Nos gustan los viajes cargados de historia, de política y nos apasionan los destinos/lugares no comunes. Viajamos por países ricos y por países en desarrollo, viajamos en primera clase de trenes súper rápidos y viajamos a dedo. Dormimos en carpa y en hoteles de cinco estrellas. Comemos con las manos, con palitos chinos y cubiertos de plata. Nos adaptamos, nos flexibilizamos.
Viajar, hoy para nosotros, es sinónimos de vivir. Nuestra vida es el viaje, por que a fin de cuentas, es el modo que encontramos de sentirnos vivos. Y en el peor de los casos, es el modo de juntar una buena cantidad se historias para contarle a nuestros futuros hijos cuando se vayan a dormir.
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